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06 Septiembre 2013

Mesas Olímpicas

Mañana sábado se desvelará finalmente la incógnita y el COI anunciará desde Buenos Aires qué ciudad acogerá la celebración de los Juegos Olímpicos en 2020: Madrid, Tokio o Estambul.

Al margen de los aspectos políticos, económicos, estratégicos, técnicos y meramente deportivos, que pueden sumar o restar votos en la elección de la sede olímpica, la gastronomía es sin duda un factor a tener en cuenta porque determinará el balance final que el visitante perciba de la ciudad anfitriona. Las delegaciones lo saben y en el equipaje de la comitiva madrileña hay, por ejemplo, diez jamones ibéricos de la D. O. Dehesa de Extremadura con los que intentarán seducir al jurado o, al menos, a sus papilas.
Es cierto que los atletas seguirán sus propias dietas personalizadas y comerán de manos de sus chefs y dietistas de confianza, pero el resto de asistentes y el público visitante disfrutará o sufrirá la buena o mala calidad de lo bebido y lo comido.
El acontecimiento olímpico es de tal envergadura que transforma y moderniza no solo las infraestructuras sino el tejido socioeconómico y, si el balance final es excelente, se potencia enormemente la imagen internacional con repercusión directa en la afluencia turística y en el valor de su marca. Las bases gastronómicas de cada ciudad candidata deben ser tenidas en cuenta. Incluso diría que son determinantes en la evaluación global del público. No olvidemos que hablamos de placeres, de los placeres de la mesa, de quedarse o no con un buen sabor de boca.

Creo sinceramente que Estambul, aunque tiene una gastronomía fascinante, lo tiene más difícil pero no puedo criticar la gastronomía japonesa, de la que me confieso fan, sobre todo de la cocina kaiseki. Japón está triunfando y el estandarte es Tokio, la ciudad del mundo con más estrellas Michelin, un total de 242, y con 14 de sus restaurantes con la máxima puntuación. ¡Pero nada de complejos! Ya sabemos de las bondades de nuestra rica gastronomía y, por tanto, qué ofrecerá Madrid y el resto de las ocho subsedes de su candidatura al mundo: nada más y nada menos que nuestra internacionalmente aclamada cocina, la que gusta a todos y deleita los paladares más exigentes desde hace años. Es un punto a nuestro favor indiscutible. Tenemos, eso sí, que mantener ese listón alto y, como mínimo, cumplir con las expectativas. Desde el restaurante más selecto a las mesas más sencillas, hay que trabajar en pro de la calidad del servicio, cuidando los detalles y mimando el producto. Estaremos en las retinas y en las bocas de todo el mundo y no podemos permitirnos una mala crítica. Y esta premisa hay que mantenerla a perpetuidad, con o sin olimpiadas, por nosotros mismos y por los más de 50 millones de turistas que nos visitan cada año, a cuyos paladares hay que seguir conquistando y fidelizando sin bajar la guardia.
Eso sí, no todo vale. Si algo no me gustó del aclamado alto nivel que ofrecieron los históricos Juegos de Barcelona 92, y de la transformación y apertura definitiva de la ciudad al mar y al mundo, fue la excesiva fiebre por la vanguardia y la modernidad ante todo y sobre todo. 20 años después, una de las tendencias más in del momento es el redescubrimiento de unas cuantas viejas bodegas, colmados y bares que sobrevivieron a la ola del diseño por encima de la esencia, que fueron desafortunada y equivocadamente sentenciados y olvidados. Mis mejores deseos para Madrid, donde espero que se mantengan las esencias y el buen hacer, porque la tradición y lo castizo no debe estar reñido con el siglo XXI. De las mesas de Madrid, al cielo. ¡A por ellos Madrid!


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